En el seno del seminario de Lengua y Literatura del Instituto Matemático Puig Adam de Getafe, en el ocaso de la década de los años ochenta (1988), veía la luz el número 0 de un ‘cuaderno’ peculiar, encabezado con un extraño nombre para una publicación destinada a la difusión de la literatura y el arte.
‘Cuadernos del matemático, revista ilustrada de creación’, no auguraba entonces que su vida iba a ser tan larga, que iba a trascender más allá de los muros del centro que la hacía posible y que llegara a ocupar por méritos propios un lugar tan destacado en el panorama de la literatura de este país.
De pretensiones modestas, esta revista en la que los alumnos con vocación de poetas tenían la posibilidad de ver publicados en letra de imprenta sus primeros trabajos literarios, se iría convirtiendo con el tiempo en un inmenso recipiente en el que sus creaciones iban a convivir en armonía con la obra de otros nombres llegados de fuera, muchos de ellos encaramados en las cumbres más altas de las letras, figuras ‘indispensables’ de la Cultura.
Han pasado 25 años y 52 números (a los que hay que añadir dos extras, el dedicado a Juan Martínez Corbalán y el que conmemoraba el XXV Aniversario del Puig Adam). Aquel modesto cuaderno de instituto es hoy uno de los referentes en este país en cuanto a publicaciones especializadas dedicadas a la literatura se refiere, veterana revista con más de 1.500 firmas de autores en sus páginas avalando su existencia.
Pero, ¿a qué se debe el mérito de esta rara longevidad? No cabe duda de quiénes son los responsables: el centro de enseñanza que la acoge y las personas que han creído número a número en la publicación y siempre la han defendido. No sería posible de otra forma. También porque siempre se ha regido por el principio de la fidelidad y el de la convivencia, sin muros que separen a unos y a otros, por muy encumbrados que estén estos o por muy desconocidos que sean aquellos. Pero, sobre todo, porque siempre ha exigido otro concepto fundamental, necesario y como único requisito, el de la calidad de los trabajos publicados.
Ezequías Blanco, profesor, poeta, novelista y escritor de relatos cortos, se ha mantenido en su puesto de director durante estos años y, tal vez, él sea el ‘máximo culpable’ de que ‘Cuadernos’ haya hecho saltar por los aires esa tradición relacionada con las revistas literarias, que no es otra -salvo algunas excepciones de cabeceras que han perdurado en el tiempo- que la de solo vivir unos pocos números (algunas no han pasado de tres) para luego morir ‘por méritos propios’ y otras carnalidades de los humanos que las alimentaron.
‘Cuadernos del matemático’, con sus dos números editados por año, se ha convertido en ese espacio donde el que más y el que menos ha tenido la ilusión -y, sí, también guiado por la vanidad- de colaborar y dejar un ‘trocito’ de su obra impreso para deleite y riqueza de los lectores. Nadie duda que Cuadernos del Matemático es hoy todo un referente de nuestras letras.
Llega así en este 2014 la celebración del 25 aniversario con la presentación de un número doble, el 51-52, con 228 páginas protegidas por una cubierta que reproduce en su portada una cabeza infantil obra del reconocido y extraordinario pintor y escultor Antonio López, y cuya fotografía desde la contraportada mira al lector directamente a los ojos con una honda mirada, tal vez de reconocimiento, tal vez de admiración por todo lo que encierran estas páginas.
En este doble número -que sigue fiel al mismo esquema en su composición que los que le prececen: relato, poesía y ensayo o crítica literaria- son muchos, muchísimos los colaboradores que han participado, desde primeras figuras de las letras castellanas hasta otros autores menos conocidos pero no por ello de menos talento y calidad.
La revista se complementa con el suplemento ‘Lavarquela’, recogiendo para esta ocasión las opiniones inéditas sobre ‘Cuadernos del Matemático’ de aquellos que han querido sumarse a la conmemoración de este aniversario.
En cuanto a las ilustraciones, corresponden a diferentes artistas que a lo largo de estos 52 números han sido los encargado de ilustrarla, enriqueciendo la cuidada maquetación de los textos. La impresión ha corrido a cargo de Gráficas Xiana, siendo -como siempre- fieles a su trayectoria.
Fiesta de presentación del número 51-52
La fiesta de presentación de este número tendrá lugar el 10 de mayo en el teatro Federico Garcia Lorca de Getafe. Intervendrán el alcalde, Juan Soler; la directora del Instituto Puig Adam, Carmen García; los subdirectores de la revista Cristóbal López de la Manzanara y Matías Muñoz, y su director, Ezequías Blanco. Asimismo, se proyectará el documental de Rufo Pajares ‘Solo quiero caminar’ y la actuación de Carmen Linares. A la 22,30 horas, en el restaurante bar Deolvido, se mostrará una exposición de 25 años de Cuadernos del Matemático y la actuación de Susana Ruiz Trío; y se terminará con una Jam Session de poesía (poemas breves, a poder ser, jocosos).
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Nota.- Este artículo ha sido publicado en el número 411 de la revista Zona Sur, que se distribuye en las ciudades de Getafe, Leganés, Fuenlabrada, Parla y Pinto.
viernes, 25 de abril de 2014
El arte de beber un buen gin tonic
Tomar un gin tonic es fácil: en un vaso echas unos hielos, un chorro de ginebra, una rodaja de limón y un botellín de agua tónica ordinaria. Y listo. Así lo tomabas tú siempre: ibas al bar, al pub, a la discoteca, al restaurante… y pedías con voz alta al camarero, como muy seguro de ti mismo, “¡un gin tonic!”. Y te ponían eso, y ya está…
Pero no había arte, ni siquiera una buena bebida. Porque tú no eras bebedor de un "buen" gin tonic, -y tomabas más de la cuenta de ese brebaje creyéndote que era tu elixir salvador del tedio y asesino de tu timidez-. Tú lo que hacías era ingerir un líquido incoloro alcoholizado con aromas de quinina y bayas de enebro y nada más. Incluso alardeabas de haber tenido un romance con una camarera de un disco pub que te servía esa cosa muy bien porque te estrujaba los limones y todo mientras te sonreía y te llamaba por tu nombre cuando entrabas al local y te tragabas cinco o seis de esos y medio borracho le decías que la amabas y que ella era la chica que mejor olía de todas en ese “garito” que ya no existe.
Pero no había arte, ni siquiera una buena bebida. Porque tú no eras bebedor de un "buen" gin tonic, -y tomabas más de la cuenta de ese brebaje creyéndote que era tu elixir salvador del tedio y asesino de tu timidez-. Tú lo que hacías era ingerir un líquido incoloro alcoholizado con aromas de quinina y bayas de enebro y nada más. Incluso alardeabas de haber tenido un romance con una camarera de un disco pub que te servía esa cosa muy bien porque te estrujaba los limones y todo mientras te sonreía y te llamaba por tu nombre cuando entrabas al local y te tragabas cinco o seis de esos y medio borracho le decías que la amabas y que ella era la chica que mejor olía de todas en ese “garito” que ya no existe.
Ese el mejor concepto que tú tenías de esa mezcla de la burbujeante agua amarga con ginebra hasta el día en que en un encuentro con los jóvenes escritores Íñigo Guzmán Gárate, David Hernández de la Fuente, Jorge Cano y Óscar Martínez descubriste el arte de beber un buen gin tonic. Estabais en Del Diego Bar y afuera bullía Madrid al final de una bellísima tarde.
Estos muchachos no solo son buenos con la escritura, son buenos bebiendo arte. Y te lo demostraron y te enseñaron a tomar gin tonic.
Te quedaste deslumbrado de dos o tres estupendas mujeres que cerca de vosotros bebían sus cocteles también, esperanzado de que te lanzaran una mirada por lo menos, a pesar de que dicen que ahí van hombres muy atractivos para ellas, que ha estado hasta George Clooney en persona, y uno a su lado pues... no, claro.., debes convencerte que no hay mujer que se digne a fijarse a ti en este lugar por muchas canas que tú tengas también en la cabeza.
Uno de ellos.- ¿Y si es fea?
Tú.- A lo mejor sí… si huele bien.
Óscar Martínez, seguidor y degustador de las mejores ginebras que se venden en Madrid (el otro día estuvisteis en la bodega Santa Cecilia y allí os deslumbraron sus tesoros), se ha encargado de orientarte sobre la preparación de este cóctel, que bien elaborado es una delicia y que -sin abusar (no os bebáis seis o siete seguidos, que os perdéis)- puede hacerte pasar una velada maravillosa junto a aquella o aquellas que para ti mejor huelen. Te aconsejó meterte en la dirección http://www.nadaimporta.com/guia-para-hacer-el-gin-tonic-perfecto/ y tomar buena nota (quien esté interesado, puede acceder y se divertirá en esta página al tiempo que aprende a elaborar correctamente esta bebida):
A continuación, enumeramos muy por encima las pautas a seguir para una buena elaboración del coctel, sin ánimo de plagiar, al tiempo que felicitamos al creador o creadores de www.nadaimporta.com/guia-para-hacer-el-gin-tonic-perfecto/ y recomendamos a los lectores interesados que se metan a navegar en esta web donde les cuentan mejor que nosotros como se hace un buen gin tonic:
GIN TONIC
1. Se sirve en copa ancha.
2. Piel de limón verde. Cáscara. No rodaja. Este punto es crítico.
3. Hielos. Un buen cocktail se viste por los pies. Cinco cubitos de hielo. (¡Atentos a esta sugerencia!: se trituran 4 g de cardamomo verde y 6 de enebrina, se dejan macerar cada cual en un recipiente con un litro de agua y se guardan una semana a 4º. Magia. A medida que pierde fuerza el carbónico se acentúa la potencia aromática de los cubitos, tres de enebrina y dos de cardamomo).
4. Marcas. Ginebra: la mejor que se encuentre. Tónica: la mejor que se encuentre, pero se recomienda Q Tonic, que no es cara, es difícil de encontrar.
5. Una parte de ginebra y cuatro de tónica.
Estos muchachos no solo son buenos con la escritura, son buenos bebiendo arte. Y te lo demostraron y te enseñaron a tomar gin tonic.
Te quedaste deslumbrado de dos o tres estupendas mujeres que cerca de vosotros bebían sus cocteles también, esperanzado de que te lanzaran una mirada por lo menos, a pesar de que dicen que ahí van hombres muy atractivos para ellas, que ha estado hasta George Clooney en persona, y uno a su lado pues... no, claro.., debes convencerte que no hay mujer que se digne a fijarse a ti en este lugar por muchas canas que tú tengas también en la cabeza.
Uno de ellos.- ¿Y si es fea?
Tú.- A lo mejor sí… si huele bien.
Óscar Martínez, seguidor y degustador de las mejores ginebras que se venden en Madrid (el otro día estuvisteis en la bodega Santa Cecilia y allí os deslumbraron sus tesoros), se ha encargado de orientarte sobre la preparación de este cóctel, que bien elaborado es una delicia y que -sin abusar (no os bebáis seis o siete seguidos, que os perdéis)- puede hacerte pasar una velada maravillosa junto a aquella o aquellas que para ti mejor huelen. Te aconsejó meterte en la dirección http://www.nadaimporta.com/guia-para-hacer-el-gin-tonic-perfecto/ y tomar buena nota (quien esté interesado, puede acceder y se divertirá en esta página al tiempo que aprende a elaborar correctamente esta bebida):
A continuación, enumeramos muy por encima las pautas a seguir para una buena elaboración del coctel, sin ánimo de plagiar, al tiempo que felicitamos al creador o creadores de www.nadaimporta.com/guia-para-hacer-el-gin-tonic-perfecto/ y recomendamos a los lectores interesados que se metan a navegar en esta web donde les cuentan mejor que nosotros como se hace un buen gin tonic:
GIN TONIC
1. Se sirve en copa ancha.
2. Piel de limón verde. Cáscara. No rodaja. Este punto es crítico.
3. Hielos. Un buen cocktail se viste por los pies. Cinco cubitos de hielo. (¡Atentos a esta sugerencia!: se trituran 4 g de cardamomo verde y 6 de enebrina, se dejan macerar cada cual en un recipiente con un litro de agua y se guardan una semana a 4º. Magia. A medida que pierde fuerza el carbónico se acentúa la potencia aromática de los cubitos, tres de enebrina y dos de cardamomo).
4. Marcas. Ginebra: la mejor que se encuentre. Tónica: la mejor que se encuentre, pero se recomienda Q Tonic, que no es cara, es difícil de encontrar.
5. Una parte de ginebra y cuatro de tónica.
A la hora de mezclar los ingredientes es importantísimo no derramar la tónica como si fuera una cascada en pleno temporal, hay que ir vertiéndola sobre la cucharilla larga o varilla de agitar para no romper la burbuja. Y no remover como si se tratara del colacao del desayuno...
Efectivamente, el gin tonic perfecto existe. Lo hemos saboreado y sí, ¡perfecto! ¡perfecto!
Pero beberlo en soledad es tan triste… El traductor de la la primera versión del siglo XXI de la Iliada de Homero (Alianza Editorial) te comentó en su casa una anécdota sabrosa, que serviría de espoleta para escribir este “textículo”, mientras degustabais vuestros gin tonics, lógicamente en unas copas anchas, joyas de cristal finísimo. Hablando de mujeres te habló del Negroni, que es un coctel también de mucho empaque y que a muchas les entusiasma.
Tú.- ¿Es bueno?
Óscar Martínez.- Es una bomba.
Al documentaros sobre el tema, descubristeis que “el Negroni es una bebida amarga que toma su color crepuscular del aperitivo Campari. Se cuenta que el cóctel fue bautizado por un barman de los felices años 20 llamado Fosco Scarelli. El conde florentino Camillo Negroni decidió un día innovar su bebida de Campari + vermut (Martini por ejemplo) incorporando una bebida seca como la ginebra. El barman pensó que la nueva mezcla sólo podía llamarse Negroni. La bebida se prepara habitualmente con vermut dulce. Para rebajar el amargor se suele adornar el Negroni con naranja en vez de con limón. Y hay quienes optan por vodka en lugar de ginebra”.
NEGRONI: 21 ml de ginebra, 21 ml de Campari, 21 ml de vermut dulce, soda (opcional).
Y soñabas con la belleza cuando el autor de “El diablo y los corsarios de Argel” te contó una anécdota ligada al Negroni:
Óscar Martínez.- Durante el rodaje de la película “Vacaciones en Roma”, el director William Wyler invitaba a la protagonista Audrey Hepburn a un Negroni con el fin de que estuviera encantadora de espíritu y de tez. Y lo conseguía.
Tú.- ¿Y Gregory Peck la acompañaba?
Óscar Martínez.- Para las escenas de moto, Gregory Peck contaba con un doble. Ese doble era el padre de mi queridísima amiga genovesa Franca Monzeglio.
Tú.- ¿Y cómo es Franca Monzeglio?
Óscar Martínez.- Bellísima.
Y entonces tú, envidioso, te ves tomando tu gin tonic y ella tomando su negroni. En el crepúsculo, en la madrugada, al amanecer… El olor de una mujer y la felicidad, te relames… Oyes el tintinear de las copas al chocar, un chasquido del hielo al resquebrajarse…
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Óscar Martínez.- Es una bomba.
Al documentaros sobre el tema, descubristeis que “el Negroni es una bebida amarga que toma su color crepuscular del aperitivo Campari. Se cuenta que el cóctel fue bautizado por un barman de los felices años 20 llamado Fosco Scarelli. El conde florentino Camillo Negroni decidió un día innovar su bebida de Campari + vermut (Martini por ejemplo) incorporando una bebida seca como la ginebra. El barman pensó que la nueva mezcla sólo podía llamarse Negroni. La bebida se prepara habitualmente con vermut dulce. Para rebajar el amargor se suele adornar el Negroni con naranja en vez de con limón. Y hay quienes optan por vodka en lugar de ginebra”.
NEGRONI: 21 ml de ginebra, 21 ml de Campari, 21 ml de vermut dulce, soda (opcional).
Y soñabas con la belleza cuando el autor de “El diablo y los corsarios de Argel” te contó una anécdota ligada al Negroni:
Óscar Martínez.- Durante el rodaje de la película “Vacaciones en Roma”, el director William Wyler invitaba a la protagonista Audrey Hepburn a un Negroni con el fin de que estuviera encantadora de espíritu y de tez. Y lo conseguía.
Tú.- ¿Y Gregory Peck la acompañaba?
Óscar Martínez.- Para las escenas de moto, Gregory Peck contaba con un doble. Ese doble era el padre de mi queridísima amiga genovesa Franca Monzeglio.
Tú.- ¿Y cómo es Franca Monzeglio?
Óscar Martínez.- Bellísima.
Y entonces tú, envidioso, te ves tomando tu gin tonic y ella tomando su negroni. En el crepúsculo, en la madrugada, al amanecer… El olor de una mujer y la felicidad, te relames… Oyes el tintinear de las copas al chocar, un chasquido del hielo al resquebrajarse…
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Nota.- Hasta el 27 de abril de 2014 se celebra en Getafe la Ruta del Cóctel, con y sin alcohol. Recuperamos esta antigua entrada, dedicada al gin tonic, las mujeres y el negroni para invitar a los navengantes de la red a que disfruten de los cócteles que quieran, además de los mencionados. Consultar ruta en en la revista ZONA SUR
sábado, 15 de marzo de 2014
La navaja barbera de cachas verdes
La tradición en la aldea donde yo nací exigía a los mozos que iban a cumplir con el servicio militar visitar unos días antes de su marcha, casa por casa, a los parientes, amigos y demás vecinos para despedirse de ellos y recibir «su bendición» y, en muchos casos, unas monedas «para tabaco» (yo recaudé setenta y tres duros y más de medio, que en aquel inicio de la década de los años 80 del siglo XX no era mucho dinero, pero tampoco era para despreciarlo). En vez de gastarlo en cigarrillos, yo guardé esas 368 pesetas en una lata antigua de Cola-Cao ilustrada con la estampa de una sonriente señora que elevaba sobre las cabezas de un niño y una niña, implorantes, una bandeja con el bote amarillo del deseado y nutritivo polvo marrón. Por eso del romanticismo, me ilusioné pensando que ese dinero lo iba a destinar como ayuda, una vez que me hubiera licenciado, para la compra del billete de tren que me llevaría a ver a la que fue mi primera novia, que vivía con sus padres en un pueblo llamado Torrente, provincia de Valencia: era una chica morena, un año más joven que yo, de una hermosa mirada de un profundo color castaño y un cuerpo de 170 centímetros del altura perfectamente proporcionado que despedía un olor como el que yo no he vuelto a oler y que, según ella me confesaba con un orgullo impropio de mujer fatal –y por ello abrasándome con la quemazón de los celos–, volvía la mirada de los hombres en los paseos marítimos de la costa del Azahar. Nos conocimos durante las vacaciones de verano en el salón de baile de su pueblo, lugar que no sobrepasaba los 100 habitantes y que se podía ver desde el mío los días claros si uno ascendía a media falda de la sierra y guiaba su mirada hacia el sur. Era una aldea también de casas blancas de campesinos que se apretujaban en lo más hondo de un valle que mostraba todo el esplendor de su paisaje en lontananza, cruzado por una hilera verde de altísimos chopos que ocultaban la cicatriz del río. En ese lugar del mundo, buscando un rincón para nuestra intimidad descubrimos un claro en un bosquecillo de robles, escondite idílico de nuestra pasión, y fue allí donde ella y yo nos amamos por primera vez abrazados y revolcándonos sobre la mullida alfombra de hierba una tarde de sol y calor, arrullados por el rumor del agua de un arroyuelo que corría ajeno a nosotros, enamorados hasta la obscenidad como premio de nuestra recién estrenada juventud... Al final, la lejanía de nuestras vidas (la de ella junto al mar, la mía en Madrid) y mi infidelidad arrojaron nuestra historia en la cuneta del desamor.
2
Recién «tallado», orgulloso por pertenecer al grupo de los «quintos», fui hasta la barbería para decirle adiós a un hombre al que yo quiero mucho, entre otras cosas porque me ha regalado dos cosas importantes en mi vida, su amabilidad y sus caramelos de menta, además de ser el padre de dos de mis amigos de entonces, siendo el más joven de ellos el más íntimo y querido de todos por mí, además de compañero de correrías estivales. Como gesto de despedida, el barbero me metió un paquete de Lucky Strike sin boquilla en el bolsillo de la camisa, me puso un caramelo de menta en la mano y me regaló una navaja de afeitar, de cachas de pasta verde, de la marca Filarmónica doble temple número 14, que según me dijo había comprado en una navajería colindante a la Plaza Mayor, en Madrid, al final de los años cincuenta. Siempre me fascinó ver cómo afeitaba este hombre a sus parroquianos: humanizado hasta lo más profundo de una caricia, deslizaba el filo de esa herramienta fatal por la cara rasurando al cliente en un ras-ras armónico y jabonoso. Le pedí que me afeitara con ella: «Cuando la uses nunca pierdas de vista la hoja», me aconsejó mientras me hacía la primera pasada. «Un hombre afeitado con navaja es un hombre elegante», me dijo mirándome a los ojos. «Lleva siempre los zapatos limpios y la cara bien afeitada y triunfarás con las mujeres», espetó mientras yo le miraba a través del espejo barbero cómo limpiaba el jabón de «mi» navaja en un paño que había colocado sobre mi hombro derecho. La navaja también la guardé en la lata de Cola-Cao, junto con las 368 pesetas, con la intención de comenzar a afeitarme con ella una vez acabado mi servicio militar.
3
No es que yo triunfe mucho con las mujeres pero, como todos los hombres, vivo mis aventuras más o menos tristes o alegres, más o menos interesantes, más o menos vulgares... En esa época, en el cuartel de Infantería de Marina donde me habían destinado contra mi voluntad (y muy incómodo, por muy bonito que fuera el uniforme de gala) tuve la visita de una mujer que también olía muy bien y de la que fui amante durante nueve años. Ella fue la culpable de que no viajara a Torrente, provincia de Valencia, y, nublada mi volutad, las monedas que había guardado en la vieja lata de Cola-Cao fueran despreciadas y terminaran mezcladas un día con el resto de la calderilla de mi bolsillo, una vez ya licenciado, ya en Madrid, cuando merodeaba en las tardes de ocio por la calle Velázquez en espera del encuentro furtivo con esa mujer que me había elegido desde hacía al menos dos años y por la que no tuve reparos en traicionar a aquella primera novia.
4
Perdí la navaja barbera de cachas verdes en París, cinco años después. No pudo ser en otro lugar. Aunque siempre me ha quedado la sospecha de que solo la escondió (ella era consciente de la importancia que tenía para mí ese objeto) la mujer de la que era amante y con la que viví allí durante dos meses, una mujer muy vistosa que también hacía volver la mirada a los hombres que se cruzaban en su camino, esa misma que fue a verme al cuartel del Tercio Sur de la Armada y cuya falda suscitó silbidos lujuriosos a los «popeyes» de San Fernando, provincia de Cádiz. Ella tuvo que esconderla –no encuentro otra explicación– aprovechando un descuido mío o como venganza después de una discusión (mi papel de amante mi permitía a veces ser descortés y caprichoso y eso a ella, una mujer unos años mayor que yo, le encrespaba). Ella tuvo que ser, seguramente había guardado la navaja con la intención de devolvérmela algún día, cuando ya no estuviéramos juntos, o al menos no compartiéramos el mismo baño, porque también le horrorizaba (y yo no entendía el porqué) ver cómo me afeitaba con ese instrumento, decía que sentía un escalofrío inevitable cuando me veía la cara enjabonada, muy concentrado, plantado delante del espejo, acariciando mis mejillas esa afiladísima hoja de acero.
Tuve que sucumbir al final, como en tantas otras ocasiones y debido a las debilidades de mi condición con ella, después de abrumarla preguntando por mi navaja barbera con frases como «tú no sabrás dónde está, ¿verdad?», además de otras muchas plegarias, búsquedas frustradas y enfados. Di por desaparecida a esa navaja una mañana de los últimos días de septiembre en París, poco antes de regresar de nuevo a Madrid, cuando ella bramó, ofuscada por tanta insistencia, con la temida amenaza : «¡O la navaja o yo!». Opté por la mujer, durante cuatro años más…
5
Ha pasado más de un cuarto de siglo. A veces queda suspendido en el aire un olor que me recuerda el color verde de las cachas de esa navaja en París, mezclado con el del jabón de afeitar y la caricia ruda de las manos del barbero campesino que me afeitó por primera vez con ella. El aroma del valle y mi primera novia...
martes, 28 de enero de 2014
44 Mundos a deshoras
El próximo viernes 7 de febrero, a las 19:00 horas, el café El
Violín es el escenario escogido para presentar en Getafe la antología “44 mundos a deshoras”, publicada por la editorial Adeshoras
y en la que participan cuarenta y cuatro autores que han accedido a
dedicar su singular mirada sobre el nombre de la editorial. Son relatos,
ilustraciones y poemas con el leitmotiv de Adeshoras, en el
que han participado escritores ya consolidados y otros a los que aún no
les ha llegado la oportunidad de ver publicadas sus obras.
El resultado ha sido una interesante muestra de mundos poéticos, narrativos y gráficos en los que el transcurrir del tiempo es el eje: mundos en permanente conflicto con el tiempo, donde las horas transcurren veloces o lentas y donde se mezclan los mundos cotidianos con otros más rebeldes, imaginarios o transgresores.
Los autores provienen de facetas artísticas dispares: de la poesía, de la narrativa, del teatro, de la música, de la ilustración, de la pintura, de la escultura o del grabado. Son artistas inquietos y comprometidos con su tiempo, que han confiado en una editorial nueva como Adeshoras para publicar sus trabajos.
La antología ha sido coordinada por Susana Noeda y Elvira García y la cubierta del libro es obra del artista Fernando Ferro. Los derechos de autor de esta antología se cederán a dos ONG’s: Médicos Sin Fronteras y Payasos Sin Fronteras.
Autores
Abilio Estévez, Anamusma (ilustradora), Andrés Portillo, Carlos Candel, Carlos G. Algovia, Carlos Lapeña, Carlos Ollero, Clara Obligado, Elvira García, Eva Hibernia, Ezequías Blanco, Fermín Peñas, Fernando Ferro (ilustrador), Fernando Puente (ilustrador), Francisco Javier Guerrero, Javier Alcolea, Javier Fernández Panadero, Jesús Díez, José Luis Esparcia, José María Merino, José María Verdú, Juan Seoane, Juan Serrano, Laura Freijo, Manu Garpe, María Tena, Mariano García, Marisol Torres, Maytekano (ilustradora), Miguel Ángel Martín, Mimi Munné (ilustradora), Myriam Vélez (ilustradora), Neus Aguado, Pepe Viyuela , Raquel F. Sáez (ilustradora), Rulo Pardo, Sidney Gámez, Silvia Añover, Soledad Velasco (ilustradora), Susana Noeda, Teresa Urroz, Xabier López López, Yanet Acosta y Zulema Sánchez (ilustradora).
El resultado ha sido una interesante muestra de mundos poéticos, narrativos y gráficos en los que el transcurrir del tiempo es el eje: mundos en permanente conflicto con el tiempo, donde las horas transcurren veloces o lentas y donde se mezclan los mundos cotidianos con otros más rebeldes, imaginarios o transgresores.
Los autores provienen de facetas artísticas dispares: de la poesía, de la narrativa, del teatro, de la música, de la ilustración, de la pintura, de la escultura o del grabado. Son artistas inquietos y comprometidos con su tiempo, que han confiado en una editorial nueva como Adeshoras para publicar sus trabajos.
La antología ha sido coordinada por Susana Noeda y Elvira García y la cubierta del libro es obra del artista Fernando Ferro. Los derechos de autor de esta antología se cederán a dos ONG’s: Médicos Sin Fronteras y Payasos Sin Fronteras.
Autores
Abilio Estévez, Anamusma (ilustradora), Andrés Portillo, Carlos Candel, Carlos G. Algovia, Carlos Lapeña, Carlos Ollero, Clara Obligado, Elvira García, Eva Hibernia, Ezequías Blanco, Fermín Peñas, Fernando Ferro (ilustrador), Fernando Puente (ilustrador), Francisco Javier Guerrero, Javier Alcolea, Javier Fernández Panadero, Jesús Díez, José Luis Esparcia, José María Merino, José María Verdú, Juan Seoane, Juan Serrano, Laura Freijo, Manu Garpe, María Tena, Mariano García, Marisol Torres, Maytekano (ilustradora), Miguel Ángel Martín, Mimi Munné (ilustradora), Myriam Vélez (ilustradora), Neus Aguado, Pepe Viyuela , Raquel F. Sáez (ilustradora), Rulo Pardo, Sidney Gámez, Silvia Añover, Soledad Velasco (ilustradora), Susana Noeda, Teresa Urroz, Xabier López López, Yanet Acosta y Zulema Sánchez (ilustradora).
domingo, 29 de diciembre de 2013
Hotel Dulcinea
En el año 1573 se publicó en Barcelona “Los diez libros de Fortuna de Amor”, novela pastoril del militar y poeta sardo Antonio de Lofraso: narra los amores de la hermosa pastora Fortuna con su colega de oficio Frexano: «...desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído, puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto», dijo Pero Pérez, el que fuera cura en la aldea de Don Quijote y el que, junto al barbero, se encargó de atizar la lumbre que arrasaría con la biblioteca del hidalgo manchego casi en su totalidad; mas Frexano y Fortuna no perecieron en el fuego, indultados tal vez para que sirvieran a la intelectualidad de los siglos venideros como ejemplo de lo sensuales y divertidas que eran aquellas novelas pastoriles, compuestas para deleite y gozo de los lectores soñadores (y masturbadores) de la época.
Inspirado en esa novela, o como elogio burlesco a De Lofraso, Miguel de Cervantes pudo extraer de ella el nombre de la amada de Don Quijote, Dulcinea del Toboso, ya que en el libro VI de la obra aparecen dos pastores, un tal Dulcineo y una tal Dulcina… Sea como fuere, Aldonza Lorenzo, del Toboso, pasó a llamarse para todos Dulcinea, incluidos los que debían ir a rendirle honores (a la “emperatriz de La Mancha”) por orden del loco caballero, y así hasta la inmortalidad…
“Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo:
–Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha".
La Mancha. Ir a La Mancha es ir a Don Quijote, es ir a Sancho. Mucho me temo que donde no vamos es a la novela pura, al universo maravilloso que Cervantes nos legó; donde vamos es a esos incomparables de la literatura universal que se han salido de su libro, quienes han logrado ese prodigio tal vez gracias al sabio Frestón o a bálsamo encantador, o quizás a una especie de ‘marketing’ apuntado en algún legajo del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, y que se hubiera hallado en una covacha de la Alcaná de Toledo.
Don Quijote y Sancho Panza (caballero uno en su Rocinante, a lomos de su rucio el otro) son inmortales y en la inmensa llanura rojiza aparecen aquí y allí presidiéndolo todo: etiquetas de vino, etiquetas de queso, etiquetas de dulces, etiquetas de embutidos, etiquetas de aceite…; posan soberbios en los monumentos esculturales de las plazas de los pueblos, junto a los mojones de las carreteras; se venden convertidos en figuritas de regalo (chapa, madera, porcelana, barro…), dan nombre a establecimientos públicos; se muestran estampados en camisetas, toallas, pegatinas, bolígrafos, llaveros, ceniceros… y… tantas bagatelas nos podemos encontrar en las tiendas de souvenirs que nos da vértigo pensar en ellos, y nos hace dudar incluso de que fueran fruto de la imaginación de un escritor (pero sí lo fueron, vaya que lo fueron…).
Como contrariedad personal, estando una vez en un pueblo de La Mancha, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, quise adquirir una edición impresa del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (para alardear con ella después diciendo que "ésta la he adquirido en uno de los lugares donde vivió una de sus aventuras") y tuve la osadía de pedirla en una tienda de regalos repleta de objetos relacionados con nuestro protagonista: no tenían ese libro, ni ningún otro (no era tienda de libros, me dijeron) y no fueron capaces ni de indicarme dónde estaba la librería más cercana, para ver si allí sí había algún ejemplar.
¿Todos los lectores dicen que han leído a Don Quijote?
Otros personajes de la novela de Cervantes no han tenido la suerte de escaparse de su prisión de papel y ahí están en las bibliotecas de sus lectores, esperando ser desempolvados de vez en cuando.
Excluyendo el cine (la bellísima Sophía Loren inmortalizó a la del Toboso más aún si cabe en 1972 en “El hombre de La Mancha”, película dirigida por Arthur Hiller), obras de teatro, libros de ensayo, tesis doctorales y otras obras de arte que intentan estudiar y homenajear la obra cervantina, y dejando fuera a Alonso Quijano y Sancho Panza con sus respectivas caballerías, será Dulcinea el único personaje en el que yo he reparado que ha saltado al mundo material de fuera, a la realidad mundana, a la ecúmene de esta latitud de nuestra patria literaria: y hemos descubierto que ese nombre se usa mucho también en cosas ajenas a la novela de Cervantes.
Permítasenos mencionar uno de esos casos donde la dama de Don Quijote presta su nombre:
A la altura del kilómetro 130 de la carretera de Andalucía (A-4), más o menos, a dos o tres carreras de perro de Puerto Lápice, en la linde de las provincias de Toledo y Ciudad Real, se encuentra el Hotel Dulcinea, mejor dicho el Pub Hotel Dulcinea Pub, solitario edificio (paradoja arquitectónica de estilo orgánico) de dos plantas, de atípicas ventanas redondas en la fachada principal de la planta baja, escandalosamente iluminado por tubos de neón rojo y azul, cuyo resplandor rosáceo ilumina el cielo de las noches a varios kilómetros a la redonda, tan llamativo y seductor como la luz violeta que se enciende en esos artilugios que se cuelgan en las noches de verano para achicharrar mosquitos.
Con una originalidad inaudita, los artífices de esa luminotecnia enmarcaron los ojos de buey con los susodichos tubos de neón y no escatimaron tampoco en cornisas y tejado y, por supuesto, en los rótulos que identifican y nombran el establecimiento, PUB en las laterales y HOTEL DULCINEA en la fachada principal.
Mirando desde la velocidad de la autovía, ese edificio tan emperifollado (y que nos llama la atención por la forma tan ostentosa que tiene de hacerse público) nos incita a pensar lo que tal vez puede ser, un club de putas de carretera, un puticlub camuflado en tan llamativo nombre. Hotel Dulcinea, precioso nombre que alberga el lugar donde los hombres hacen un alto para tomarse una copa en el pub u 'hospedarse' en el hotel o pagar un coito.
Simplemente, y no tenemos nada que objetar.
Nota.- Dulcinea era una saladora de puercos -según el historiador arábigo Cide Hamete Benengeli-, honesta y digna profesión. En el Hotel Dulcinea no sabemos si allí vive o trabaja una mujer de carne y hueso que tenga ese nombre, tampoco si allí se ejerce ese oficio tan antiguo, la prostitución. Sea como fuere, desde esta página respetamos a todos aquellos seres humanos que, sin más imposición y sin más presión que la de su propia voluntad y libertad, conscientes de sus facultades y capacitados para ello –y por supuesto, con la mayoría de edad necesaria-, y sin estar nunca sometidos a ningún tipo de explotación sexual, esclavitud o trata de personas, deciden ejercer este oficio de forma sana, honesta y responsable.
Inspirado en esa novela, o como elogio burlesco a De Lofraso, Miguel de Cervantes pudo extraer de ella el nombre de la amada de Don Quijote, Dulcinea del Toboso, ya que en el libro VI de la obra aparecen dos pastores, un tal Dulcineo y una tal Dulcina… Sea como fuere, Aldonza Lorenzo, del Toboso, pasó a llamarse para todos Dulcinea, incluidos los que debían ir a rendirle honores (a la “emperatriz de La Mancha”) por orden del loco caballero, y así hasta la inmortalidad…
“Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo:
–Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha".
La Mancha. Ir a La Mancha es ir a Don Quijote, es ir a Sancho. Mucho me temo que donde no vamos es a la novela pura, al universo maravilloso que Cervantes nos legó; donde vamos es a esos incomparables de la literatura universal que se han salido de su libro, quienes han logrado ese prodigio tal vez gracias al sabio Frestón o a bálsamo encantador, o quizás a una especie de ‘marketing’ apuntado en algún legajo del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, y que se hubiera hallado en una covacha de la Alcaná de Toledo.
Don Quijote y Sancho Panza (caballero uno en su Rocinante, a lomos de su rucio el otro) son inmortales y en la inmensa llanura rojiza aparecen aquí y allí presidiéndolo todo: etiquetas de vino, etiquetas de queso, etiquetas de dulces, etiquetas de embutidos, etiquetas de aceite…; posan soberbios en los monumentos esculturales de las plazas de los pueblos, junto a los mojones de las carreteras; se venden convertidos en figuritas de regalo (chapa, madera, porcelana, barro…), dan nombre a establecimientos públicos; se muestran estampados en camisetas, toallas, pegatinas, bolígrafos, llaveros, ceniceros… y… tantas bagatelas nos podemos encontrar en las tiendas de souvenirs que nos da vértigo pensar en ellos, y nos hace dudar incluso de que fueran fruto de la imaginación de un escritor (pero sí lo fueron, vaya que lo fueron…).
Como contrariedad personal, estando una vez en un pueblo de La Mancha, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, quise adquirir una edición impresa del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (para alardear con ella después diciendo que "ésta la he adquirido en uno de los lugares donde vivió una de sus aventuras") y tuve la osadía de pedirla en una tienda de regalos repleta de objetos relacionados con nuestro protagonista: no tenían ese libro, ni ningún otro (no era tienda de libros, me dijeron) y no fueron capaces ni de indicarme dónde estaba la librería más cercana, para ver si allí sí había algún ejemplar.
¿Todos los lectores dicen que han leído a Don Quijote?
Otros personajes de la novela de Cervantes no han tenido la suerte de escaparse de su prisión de papel y ahí están en las bibliotecas de sus lectores, esperando ser desempolvados de vez en cuando.
Excluyendo el cine (la bellísima Sophía Loren inmortalizó a la del Toboso más aún si cabe en 1972 en “El hombre de La Mancha”, película dirigida por Arthur Hiller), obras de teatro, libros de ensayo, tesis doctorales y otras obras de arte que intentan estudiar y homenajear la obra cervantina, y dejando fuera a Alonso Quijano y Sancho Panza con sus respectivas caballerías, será Dulcinea el único personaje en el que yo he reparado que ha saltado al mundo material de fuera, a la realidad mundana, a la ecúmene de esta latitud de nuestra patria literaria: y hemos descubierto que ese nombre se usa mucho también en cosas ajenas a la novela de Cervantes.
Permítasenos mencionar uno de esos casos donde la dama de Don Quijote presta su nombre:
A la altura del kilómetro 130 de la carretera de Andalucía (A-4), más o menos, a dos o tres carreras de perro de Puerto Lápice, en la linde de las provincias de Toledo y Ciudad Real, se encuentra el Hotel Dulcinea, mejor dicho el Pub Hotel Dulcinea Pub, solitario edificio (paradoja arquitectónica de estilo orgánico) de dos plantas, de atípicas ventanas redondas en la fachada principal de la planta baja, escandalosamente iluminado por tubos de neón rojo y azul, cuyo resplandor rosáceo ilumina el cielo de las noches a varios kilómetros a la redonda, tan llamativo y seductor como la luz violeta que se enciende en esos artilugios que se cuelgan en las noches de verano para achicharrar mosquitos.
Con una originalidad inaudita, los artífices de esa luminotecnia enmarcaron los ojos de buey con los susodichos tubos de neón y no escatimaron tampoco en cornisas y tejado y, por supuesto, en los rótulos que identifican y nombran el establecimiento, PUB en las laterales y HOTEL DULCINEA en la fachada principal.
Mirando desde la velocidad de la autovía, ese edificio tan emperifollado (y que nos llama la atención por la forma tan ostentosa que tiene de hacerse público) nos incita a pensar lo que tal vez puede ser, un club de putas de carretera, un puticlub camuflado en tan llamativo nombre. Hotel Dulcinea, precioso nombre que alberga el lugar donde los hombres hacen un alto para tomarse una copa en el pub u 'hospedarse' en el hotel o pagar un coito.
Simplemente, y no tenemos nada que objetar.
Nota.- Dulcinea era una saladora de puercos -según el historiador arábigo Cide Hamete Benengeli-, honesta y digna profesión. En el Hotel Dulcinea no sabemos si allí vive o trabaja una mujer de carne y hueso que tenga ese nombre, tampoco si allí se ejerce ese oficio tan antiguo, la prostitución. Sea como fuere, desde esta página respetamos a todos aquellos seres humanos que, sin más imposición y sin más presión que la de su propia voluntad y libertad, conscientes de sus facultades y capacitados para ello –y por supuesto, con la mayoría de edad necesaria-, y sin estar nunca sometidos a ningún tipo de explotación sexual, esclavitud o trata de personas, deciden ejercer este oficio de forma sana, honesta y responsable.
lunes, 14 de octubre de 2013
"Gotas cosidas en el aire"
El último libro de la poeta Marisa Vaquero, "Gotas cosidas en el aire", publicado por Huerga&Fierro, se presentará el próximo 7 de febrero en la La Libre del Barrio de Leganés (C/ Villaverde, 4). La presentación correrá a cargo del filólogo y escritor Óscar Martínez García y la intervención de la autora y los editores.
sábado, 8 de junio de 2013
Los vencedores
Ellos, los vencedores
filántropos falsos,
de todo lo inalcanzable
me prometieron:
desorbitadas cantidades
de grandiosos días dorados
junto a los transparentes manantiales
del paraíso.
Con aduladoras palabras
ellos aún hoy me insisten que les compre
un pedazo tierno de amor,
¡tal es su hambre!,
como si de pan se tratara,
aprovechando la edad de mi última inocencia,
juventud más bien perdida,
gastando aquellas monedas refulgentes
con las que dijeron que me enriquecería
pero que nunca tuve.
Mas llegan tarde,
sólo soy un hombre simple,
dormido…
Desengañado yo,
ellos, los que se autoproclaman vencedores
(ególatras crueles,
de sonoros nombres unos,
y tantos otros adláteres
sin voz y con sombra prestada)
por todo el ancho mundo repartidos
me gritan fatuas palabras
faltos de humildad,
rebosantes de rencor, obstinados
sin dios ni patria ni ley,
sólo con los ropajes del desprecio vestidos.
Ellos, perdidos
en la cotidianeidad
de los días urbanos,
de miedo acalambrados,
poseedores de falsos oráculos
persisten con su débil enjundia
hacer verdad
las radiantes promesas
de los años ingenuos.
Pero es tarde,
ellos lo saben,
como saben en su más desnuda soledad
que nunca fueron vencedores...
filántropos falsos,
de todo lo inalcanzable
me prometieron:
desorbitadas cantidades
de grandiosos días dorados
junto a los transparentes manantiales
del paraíso.
Con aduladoras palabras
ellos aún hoy me insisten que les compre
un pedazo tierno de amor,
¡tal es su hambre!,
como si de pan se tratara,
aprovechando la edad de mi última inocencia,
juventud más bien perdida,
gastando aquellas monedas refulgentes
con las que dijeron que me enriquecería
pero que nunca tuve.
Mas llegan tarde,
sólo soy un hombre simple,
dormido…
Desengañado yo,
ellos, los que se autoproclaman vencedores
(ególatras crueles,
de sonoros nombres unos,
y tantos otros adláteres
sin voz y con sombra prestada)
por todo el ancho mundo repartidos
me gritan fatuas palabras
faltos de humildad,
rebosantes de rencor, obstinados
sin dios ni patria ni ley,
sólo con los ropajes del desprecio vestidos.
Ellos, perdidos
en la cotidianeidad
de los días urbanos,
de miedo acalambrados,
poseedores de falsos oráculos
persisten con su débil enjundia
hacer verdad
las radiantes promesas
de los años ingenuos.
Pero es tarde,
ellos lo saben,
como saben en su más desnuda soledad
que nunca fueron vencedores...
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