domingo, 29 de diciembre de 2013

Hotel Dulcinea

En el año 1573 se publicó en Barcelona “Los diez libros de Fortuna de Amor”, novela pastoril del militar y poeta sardo Antonio de Lofraso: narra los amores de la hermosa pastora Fortuna con su colega de oficio Frexano: «...desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído, puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto», dijo Pero Pérez, el que fuera cura en la aldea de Don Quijote y el que, junto al barbero, se encargó de atizar la lumbre que arrasaría con la biblioteca del hidalgo manchego casi en su totalidad; mas Frexano y Fortuna no perecieron en el fuego, indultados tal vez para que sirvieran a la intelectualidad de los siglos venideros como ejemplo de lo sensuales y divertidas que eran aquellas novelas pastoriles, compuestas para deleite y gozo de los lectores soñadores (y masturbadores) de la época.

Inspirado en esa novela, o como elogio burlesco a De Lofraso, Miguel de Cervantes pudo extraer de ella el nombre de la amada de Don Quijote, Dulcinea del Toboso, ya que en el libro VI de la obra aparecen dos pastores, un tal Dulcineo y una tal Dulcina… Sea como fuere, Aldonza Lorenzo, del Toboso, pasó a llamarse para todos Dulcinea, incluidos los que debían ir a rendirle honores (a la “emperatriz de La Mancha”) por orden del loco caballero, y así hasta la inmortalidad…

“Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo:
–Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha".


La Mancha. Ir a La Mancha es ir a Don Quijote, es ir a Sancho. Mucho me temo que donde no vamos es a la novela pura, al universo maravilloso que Cervantes nos legó; donde vamos es a esos incomparables de la literatura universal que se han salido de su libro, quienes han logrado ese prodigio tal vez gracias al sabio Frestón o a bálsamo encantador, o quizás a una especie de ‘marketing’ apuntado en algún legajo del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, y que se hubiera hallado en una covacha de la Alcaná de Toledo.

Don Quijote y Sancho Panza (caballero uno en su Rocinante, a lomos de su rucio el otro) son inmortales y en la inmensa llanura rojiza aparecen aquí y allí presidiéndolo todo: etiquetas de vino, etiquetas de queso, etiquetas de dulces, etiquetas de embutidos, etiquetas de aceite…; posan soberbios en los monumentos esculturales de las plazas de los pueblos, junto a los mojones de las carreteras; se venden convertidos en figuritas de regalo (chapa, madera, porcelana, barro…), dan nombre a establecimientos públicos; se muestran estampados en camisetas, toallas, pegatinas, bolígrafos, llaveros, ceniceros… y… tantas bagatelas nos podemos encontrar en las tiendas de souvenirs que nos da vértigo pensar en ellos, y nos hace dudar incluso de que fueran fruto de la imaginación de un escritor (pero sí lo fueron, vaya que lo fueron…).

Como contrariedad personal, estando una vez en un pueblo de La Mancha, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, quise adquirir una edición impresa del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (para alardear con ella después diciendo que "ésta la he adquirido en uno de los lugares donde vivió una de sus aventuras") y tuve la osadía de pedirla en una tienda de regalos repleta de objetos relacionados con nuestro protagonista: no tenían ese libro, ni ningún otro (no era tienda de libros, me dijeron) y no fueron capaces ni de indicarme dónde estaba la librería más cercana, para ver si allí sí había algún ejemplar.

¿Todos los lectores dicen que han leído a Don Quijote?

Otros personajes de la novela de Cervantes no han tenido la suerte de escaparse de su prisión de papel y ahí están en las bibliotecas de sus lectores, esperando ser desempolvados de vez en cuando.

Excluyendo el cine (la bellísima Sophía Loren inmortalizó a la del Toboso más aún si cabe en 1972 en “El hombre de La Mancha”, película dirigida por Arthur Hiller), obras de teatro, libros de ensayo, tesis doctorales y otras obras de arte que intentan estudiar y homenajear la obra cervantina, y dejando fuera a Alonso Quijano y Sancho Panza con sus respectivas caballerías, será Dulcinea el único personaje en el que yo he reparado que ha saltado al mundo material de fuera, a la realidad mundana, a la ecúmene de esta latitud de nuestra patria literaria: y hemos descubierto que ese nombre se usa mucho también en cosas ajenas a la novela de Cervantes.

Permítasenos mencionar uno de esos casos donde la dama de Don Quijote presta su nombre:

A la altura del kilómetro 130 de la carretera de Andalucía (A-4), más o menos, a dos o tres carreras de perro de Puerto Lápice, en la linde de las provincias de Toledo y Ciudad Real, se encuentra el Hotel Dulcinea, mejor dicho el Pub Hotel Dulcinea Pub, solitario edificio (paradoja arquitectónica de estilo orgánico) de dos plantas, de atípicas ventanas redondas en la fachada principal de la planta baja, escandalosamente iluminado por tubos de neón rojo y azul, cuyo resplandor rosáceo ilumina el cielo de las noches a varios kilómetros a la redonda, tan llamativo y seductor como la luz violeta que se enciende en esos artilugios que se cuelgan en las noches de verano para achicharrar mosquitos.
Con una originalidad inaudita, los artífices de esa luminotecnia enmarcaron los ojos de buey con los susodichos tubos de neón y no escatimaron tampoco en cornisas y tejado y, por supuesto, en los rótulos que identifican y nombran el establecimiento, PUB en las laterales y HOTEL DULCINEA en la fachada principal.

Mirando desde la velocidad de la autovía, ese edificio tan emperifollado (y que nos llama la atención por la forma tan ostentosa que tiene de hacerse público) nos incita a pensar lo que tal vez puede ser, un club de putas de carretera, un puticlub camuflado en tan llamativo nombre. Hotel Dulcinea, precioso nombre que alberga el lugar donde los hombres hacen un alto para tomarse una copa en el pub u 'hospedarse' en el hotel o pagar un coito.

Simplemente, y no tenemos nada que objetar.


Nota.- Dulcinea era una saladora de puercos -según el historiador arábigo Cide Hamete Benengeli-, honesta y digna profesión. En el Hotel Dulcinea no sabemos si allí vive o trabaja una mujer de carne y hueso que tenga ese nombre, tampoco si allí se ejerce ese oficio tan antiguo, la prostitución. Sea como fuere, desde esta página respetamos a todos aquellos seres humanos que, sin más imposición y sin más presión que la de su propia voluntad y libertad, conscientes de sus facultades y capacitados para ello –y por supuesto, con la mayoría de edad necesaria-, y sin estar nunca sometidos a ningún tipo de explotación sexual, esclavitud o trata de personas, deciden ejercer este oficio de forma sana, honesta y responsable.