miércoles, 29 de diciembre de 2010

Nos presentamos

Seamos sinceros. No todas las mujeres huelen bien. Hay una inmensidad que huele muy bien...
Dicen que el olfato es el sentido que mejor guarda el recuerdo: ¿cómo huele la sangre de la madre cuando nos pare? ¿qué aroma se desprende de la primera teta que nos nutre? El olor puro del primer gran Amor queda implícito durante la travesía del hombre junto a otros hombres, como esencia íntima de su existencia.

Pero temprano empieza el disimulo, la búsqueda, la destrucción, la caída...: Nos ocultamos envueltos en el olor del día y de la noche, nos construimos con la peste de la mentira y la fragancia de la verdad, peleamos con toda la fuerza de la cólera defendiendo la emanación de nuestros colores, nos hacemos pedazos tapándonos la nariz para no contaminarnos con el tufo de nuestra propia corrupción, nos vamos muriendo con las miasmas de las flores quemadas...

No seamos pesimistas:
Las mujeres huelen bien, y los hombres -al menos los que van a aparecer en estos escritos- van huir aquí de filosofías domésticas (mal hemos empezado si nos atenemos al párrafo anterior, atreviéndonos a sentenciar la existencia del Hombre sin estar doctorados -ni licenciados siquiera- en Filosofía: ¡Qué osadía -y qué pedantería- intentar emular a Tales de Mileto, o a Aristóteles, o a Sócrates, o a Platón, o a Santo Tomás, o a Hume, o a Marx, o a Wittgenstein, o a Ortega, o a Luis Martínez de Velasco!

¡Ah!, Platón, permítenos esta sentencia tuya: "La belleza se puede contemplar dentro del mundo sensible" (El mito de la caverna). Seamos sinceros: las mujeres huelen bien.

Al Mundo no hay quién lo entienda y, por lo tanto, no recurriremos a Platón nunca, lo que se dice nunca, ni siquiera para congratularnos con él sobre los dos mundos que postuló: "el mundo inteligible (mundo suprasensible) donde se encuentran las ideas, y el mundo visible o perceptible conformado por las cosas y todo aquello que somos capaces de captar por medio de los sentidos".

Pero las mujeres que huelen bien son el todo, son esos dos mundos fundidos en uno solo, son el Universo...
¿Tienen alma las mujeres que huelen bien?
Nosotros, si gozáramos de ese privilegio, les venderíamos a ellas el alma..., si es que nosotros alma tenemos.
Aquí, el alma de los hombres (¿hay más de uno?) que protagonizarán estos textos tiene un olor hechizado, es como una venganza, como un placer constante, es una navaja barbera que afila su agudísima hoja en el frágil hilo de nuestra vida: un movimiento impreciso, un tic nervioso y, ¡zas!, el aroma femenino se disipa, se larga, se volatiza, se va a las narices de otros, dejándonos sólo su recuerdo..., la inquietud de no volver a sentirla, la nostalgia del así olía aquella que tanto amé en una estación mientras esperábamos el tren, así me embriagó un atardecer esa que nunca me pidió nada a cambio apoyada en mi hombro...

Las mujeres que huelen bien tienen la culpa de casi todo... Es inevitable. Nacimos así y así moriremos (¡Ay!, si ellas nos captaran como nosotros soñamos que nos huelan, nos percibieran como seres ideales y jamás -y mucho nos tememos que así es siempre y nunca de otra forma- imperfectos ni en forma ni en ideas, ¡Ay!).

No sabemos hasta dónde vamos a llegar contando lo que mejor nos parezca en este cuaderno virtual (por el momento nos autocriticamos, porque esta presentación ya es demasiado larga): vamos a ser caóticos, desordenados, poco disciplinados, mezclaremos palabras malsonantes con términos de una sensibilidad poética que cruzará la frontera de lo cursi (¿ridículo?), pasarán días -tal vez semanas- sin verter nuestras ocurrencias (¿qué haríamos nosotros sin las ocurrencias literarias, que a muchos les parecerán gilipolleces?). Tal vez no pasemos de la vulgaridad o no llamemos la atención y a nadie le interese esto. Pero vamos a procurar ser auténticos o, al menos, nosotros mismos. Iremos paseando sin ostentación por nuestras ciudades, nos refugiaremos en nuestras casas, en nuestras habitaciones, en nuestros bares, subiremos escaleras, cruzaremos vías y canales, nos colgaremos de los hilos invisibles del cielo, navegaremos por mares reales y ficticios, soportaremos galernas, nos abraseremos con el sol, y siempre nos afeitaremos con navaja barbera, y seremos olfateadores incansables de las mujeres que huelen bien.

Amantes del papel, hasta este momento hemos sido remisos a la hora de utilizar esta fascinante forma de vida que puede llegar a ser Internet (nuestro más sincero agradecimiento a las personas que nos han animado a construir este blog, a Moix, como autor de la ilustración de cabecera, y a todos los que nos pulsan la tecla que nos actualiza a la realidad cultural de siglo XXI). Sin que nadie nos lo haya pedido, abrimos esta ventana y, por supuesto, nos sorprendemos a nosotros mismos, descubriendo, una vez más, lo único que es evidente, que las mujeres huelen bien.