lunes, 28 de febrero de 2011

De submarinistas y políticos tímidos


En época de elecciones locales suelen aterrizar en los municipios considerados de “interés político” los llamados paracaidistas. Queremos entender con ese apelativo (proferido por sus adversarios de forma peyorativa, pero que tal vez lo terminen adoptando como nombre técnico los politólogos de sus siglas) que son “profesionales” militantes de los partidos con opciones a ganar alcaldías, quienes han sido destinados en misión especial para recuperar o conquistar una ciudad o un pueblo grande, futuribles alcaldes que si no logran su objetivo terminarán, más bien antes que después, regresando a su “cuarteles” de origen y dejando solos a sus subordinados concejales locales para que ellos se las arreglen como mejor puedan, “porque vosotros lo sabéis hacer muy bien en la oposición”. Como buenos paracaidistas que son, toman tierra en caída libre en plena precampaña (tres, cuatro, cinco meses antes…), cuando el cotarro se calienta y esto empieza a convertirse en un “trote pelote” electoral que los ciudadanos más sardónicos contemplan divertidos y no poco preocupados. 

Perfectamente entrenados, sonrientes, pletóricos, 'auto-vencedores', astutos, los paracaidistas pasean su figura por las calles mayores y ofrecen al pueblo su “honradez, su belleza y su buen hacer”, además de mostrarse cándidos pero nunca sin perder el optimismo, leibnizianos en suma, zalameros con el votante intentando convencerle de que “todo sucede para bien”.
Nada tenemos que decir al respecto: si el pueblo los elige, bienvenidos sean. Total…

Estamos seguros que estos políticos, llamados con acierto paracaidistas, son personas perfectamente dotadas para el debate, jamás se arredrarán ante los problemas que se les plateen en los foros (que los resuelvan o no una vez que alcancen el poder es otra cosa), se sienten perfectamente capacitados para administrar su “ciudad”, siempre justos y siempre dispuestos a cantarles el cumpleaños feliz a un anciano centenario… Son hombres o mujeres que nunca pasarán desapercibidos, ni para bien ni para mal, y dejarán su impronta, serán bendecidos por el obispo unos y los otros tocados serán por los dedos índices de sus dioses. 

Y luego aparecen en nómina todos los demás políticos, los que no son paracaidistas porque, entre otras cosas, no lo necesitan ser. Por muy jóvenes que sean, parece que siempre han estado aquí. Por muy viejos que sean, nunca se van. No se les ve casi (procuran pasar más bien desapercibidos), hacen su labor en la sombra, los que les votaron no se acuerdan ya de sus nombres si es que los leyeron en la papeleta; cuando se les ve por la calle, si es que se les ve o no tienen más remedio que se les vea, caminan un par de metros detrás de su líder, que suele ser el alcalde (paracaidista o no). Son políticos de “cámara”. A estos nos vamos a atrever a llamarlos aquí “submarinistas”, porque los imaginamos ahí debajo, “currando” en lo suyo, como entre brumas, haciéndolo bien, ¡sí!, ¿por qué no?, y también haciéndolo mal, ¡sí!, muy mal a veces. Debajo del mar… 

Muchos de ellos se caracterizan por ser tímidos, como algunos poetas. Muchos de ellos son interesados, como algunos novelistas… Otros son tímidos e interesados, como algunos escritores que cultivan tanto el verso como la prosa, el pelo y la pluma.

 “Los políticos tímidos e interesados se preocupan mucho más de la seguridad de sus puestos que de la seguridad de su país”, dijo Thomas Macaulay. Eso manifestó el primer Barón Macaulay, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, y eso que era político del partido whig británico, que suena como a muy profundo y misterioso, y que cuando se murió fue enterrado en la Abadía de Westminster, que es una preciosa iglesia gótica, donde se coronan y entierran los monarcas ingleses.